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Las trampas de los indicadores económicos

La necesidad de contestar la primacía de los valores económicos y de apostar por una efectiva deseconomización de nuestras mentes se ve ratificada por la conveniencia, paralela, de recelar de muchos de los indicadores que se manejan. John K. Galbraith señaló en su momento que "el nivel, la composición y la extrema importancia del producto interior bruto están en el origen de una de las formas de mentira social más extendidas" . Recordemos al respecto, sin ir más lejos, que si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar los vehículos..., y a otro 10% por reparar carreteras y vehículos, tendrá objetivamente el mismo producto interior bruto que un país en el que 20% de los empleos se consagre a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio. Una de las secuelas del ejemplo que acabamos de proponer queda bien reflejada en un cálculo realizado por la Academia de Ciencias de China: los costos ocultos del crecimiento económico vinculados con la contaminación y la reducción de los recursos naturales obligarían a reducir entre un 6,5 y un 8,7% el incremento registrado en el producto interior bruto chino entre 1985 y 2000.
Y es que debe subrayarse que los indicadores al uso contabilizan como crecimiento --y cabe suponer que, también, como bienestar-- todo lo que es producción y gasto: las agresiones medioambientales y los procedimientos orientados a ponerles freno o corregirlas, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, las secuelas de los accidentes de tráfico en forma de vehículos remolcados, reparaciones, transfusiones de sangre, médicos y abogados, o, claro, el propio gasto militar.
Esos indicadores apenas nada nos dicen, en cambio, de elementos que se antojan vitales para entender la condición de una sociedad. Tal es el caso, en primer lugar, del trabajo doméstico, en virtud de un criterio a menudo impregnado de machismo. Cargada de razón, Christine Delphy ha apuntado que, "si cultivar una pera es producción, prepararla en la cocina también lo es" . En este sentido, el cuidado amoroso de niños y de ancianos es cualitativamente superior a todo lo que pueda hacer un trabajador asalariado, por mucho que no se compute. Y, sin embargo, colocar a un niño en una guardería acrecienta el producto interior bruto, en tanto cuidarlo en casa no tiene ese efecto. Pero es también la condición, naturalmente, de la preservación del medio ambiente: un bosque convertido en papel acrecienta el producto interior bruto, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la vida en el planeta, no computa como riqueza. Otro tanto cabe decir de la calidad de nuestros sistemas educativo y sanitario, y en general de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto.
François Flahault ha subrayado, en este orden de cosas, que la ciencia económica dominante sólo presta atención a las mercancías --lo que se tiene o no se tiene--, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo . Porque salta a la vista que "las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos" .

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