Opinión. Por Juan Carlos de Pablo* |
Si los profesores no serían tales sin alumnos, los médicos sin pacientes y los artistas sin público; ¿por qué en cada caso los primeros le cobran a los segundos, en vez de pagarles? La respuesta radica en la fuerza con la que cada uno negocia, en función de la necesidad que tiene del otro.
Esto, que se da en las prestaciones profesionales, también ocurre en el intercambio internacional de mercaderías y servicios.
Hace algunas semanas, el Gobierno argentino dispuso que, independientemente del precio de compra (mejor dicho, del precio que figura en la factura) de zapatillas fabricadas en China, el derecho de importación debía calcularse en base a un precio mínimo de u$s 13 el par. Según las autoridades y los fabricantes locales, para evitar la subfacturación; según los consumidores locales, para proteger la elaboración local a costa de los demandantes.
Hace algunos días las autoridades chinas anunciaron la imposición de trabas a la importación de aceite de soja de la Argentina. Formalmente debido a nuevas exigencias sanitarias, resulta claro que se trata de una represalia comercial.
La cuestión merece varios comentarios. Por una parte, el tamaño relativo de las economías de China y de la Argentina es tal que, más allá de los problemas de medición del PBI de los países moneda comparable, mientras los chinos están hoy peleando el puesto número 3 en la tabla de posiciones mundial, nosotros debemos estar en la cuarta decena. En una palabra, en esta pulseada ellos son los grandes y nosotros los pequeños.
Lo cual no quiere decir que podemos adoptar medidas unilaterales, en el plano comercial externo, sin temor a represalias. Los argentinos habíamos analizado el impacto de las trabas a la importación de zapatillas exclusivamente desde el punto de vista del sector involucrado, prestándole atención al impacto sobre productores y consumidores de zapatillas. A esto ahora hay que agregar el impacto generado por la represalia china, porque también quienes fabrican soja y aceite de soja son argentinos.
¿Cómo se desarrollará la “pulseada” entre los funcionarios de ambos países? Tendrán en cuenta la facilidad y los costos de sustituir los productos importados, tanto desde el punto de vista de la demanda como desde el de la oferta.
Es difícil pensar que, como consecuencia de esta guerra comercial, los chinos dejarán de consumir aceite de soja y los argentinos zapatillas. Lo más probable es que, como consecuencia de las medidas adoptadas y preparándose para futuras negociaciones entre ambos países, las autoridades de ambos países busquen fuentes alternativas de abastecimiento.
¿Dónde comprarán los argentinos las zapatillas que antes importaban desde China? En la Argentina, a precios superiores (los productores locales siempre juran por lo que más quieren, que los precios no habrán de aumentar. Juramento que no es creíble y como enseña la historia, nunca se cumple).
¿Dónde comprarán los chinos el aceite de soja que antes importaban desde Argentina? No en China, porque no tienen, sino que lo importarán de otros países. Pagando también precios más caros (porque de lo contrario ya lo hubieran adquirido allí, antes de comprarnoslo a nosotros).
Cada uno de los países, en función de este análisis, volverá a la mesa de negociaciones, aflojando o manteniéndose en la posición inicial. ¿Qué harán los chinos? No tengo cómo saberlo. En cambio, en función de las ideas y políticas puestas en práctica en los últimos años, es factible conjeturar lo que va a hacer el Gobierno argentino.
No hay nada neutral en la apertura o el cierre de una economía, de la misma manera que no hay nada neutral en la regulación o desregulación económica. Imponer barreras a la importación de zapatillas de China, y recibir como represalia crecientes dificultades a la exportación de soja y derivados al referido país, genera los siguientes efectos: aumentan las ganancias de los productores locales de zapatillas, el número de horas trabajadas por los operarios de sector y probablemente también sus salarios.
Pero también aumenta el precio interno de las zapatillas, lo cual implica el deterioro del salario real del resto de los asalariados (el Gobierno no explicará esto como consecuencia de la mayor protección arancelaria, sino por la “picardía empresaria”). Al mismo tiempo implica menores ganancias de los productores de soja y derivados, reducción del número de horas trabajadas por los operarios del sector, etc. Si la medida se extrema, o dura mucho tiempo, puede implicar quebrantos y despidos.
¿En qué medida las autoridades locales revisarán su decisión inicial, a la luz de la represalia por parte de las autoridades chinas, y el impacto que esta última tiene sobre la economía local? Mucho me temo que en muy poca. Porque para el actual Gobierno parecería que la producción local de zapatillas es una maravilla, mientras que la producción local de soja y derivados es algo… tolerable, pero nada más.
En este sentir se mezclan consideraciones ideológicas bastantes atrasadas desde el punto de vista de los hechos (algunos funcionarios creen que todavía hoy las zapatillas se hacen a mano, mientras que la soja crece sola), junto al hecho de que en 2008 el campo le hizo “perder el invicto” al estilo K de toma de decisiones.
No seremos “nadie” en el concierto internacional, pero esto no quiere decir que podemos adoptar medidas unilaterales en el plano comercial externo, sin temor a represalias. Amparado en el superávit comercial, después de la Segunda Guerra Mundial el gobierno de entonces desafió al mundo diciéndole que si querían determinado aceite para pintar sus casas, que las trajeran aquí. El resto del mundo hizo algo mejor: encontró una fuente alternativa para el aceite que necesitaba, y producto de decisiones como ésta, en 1952 el propio Perón tuvo que encarar el ajuste.
Fuente: fortunaweb.com.ar
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