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Los límites medioambientales y de recursos

A diferencia de lo que ocurrió en tiempos pasados, en el momento presente se revela con toda su cruda entidad un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos que atenazan al planeta y, con él, a la especie humana. Intentemos retratar ese problema de la mano de varias metáforas que dan cuenta de sus varias dimensiones.
Vaya la primera de ellas: si parece evidente que, en el caso de que un individuo o una colectividad extraigan de su capital, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplean, ello conducirá antes o después a la quiebra, resulta sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales del planeta. Mientras este último ha tardado millones de años en forjar esos recursos, el ser humano los está dilapidando ostentosamente en unos pocos decenios.
Propongamos una segunda metáfora: cuando nuestro cuarto de baño está inundado, lo primero que hacemos, por lógica, es cerrar el grifo, no colocar toallas en el suelo, nos recuerda Miklos Persanyi, ministro húngaro del Medio Ambiente. . Y, sin embargo, la respuesta que estamos desplegando ante problemas ingentes y urgentes recuerda más a la operación de llenar el suelo de toallas que a la de poner freno, de manera efectiva y contundente, al flujo de agua.
La tercera metáfora sugiere que nos hallamos a bordo de un barco que se mueve a una velocidad de 20 nudos por hora camino de un acantilado con el que, de no modificar el rumbo, inexorablemente va a chocar. ¿Qué es lo que hemos hecho en los últimos años al amparo, por ejemplo, del protocolo de Kyoto? Hemos reducido un poco la velocidad del barco, pero, como quiera que no hemos alterado su rumbo, la conclusión parece servida: aunque tardaremos más en llegar al acantilado, al final nos toparemos con éste. Enunciemos, en suma, la última metáfora: imaginemos un lago en el que hay un nenúfar que se multiplica al ritmo de dos por uno cada día. Conforme a ese ritmo, sabemos que luego de treinta días el lago estará repleto de nenúfares, que de resultas morirán por falta de espacio vital. ¿En cuál de esos treinta días estará ocupado en su mitad por nenúfares? Aunque un razonamiento rápido invita a aseverar que será el día 15, la respuesta correcta es el 29: ese día la mitad del estanque se hallará cubierta de nenúfares, de tal manera que, al multiplicarse éstos por dos, la jornada siguiente los nenúfares cubrirán toda la superficie. El día 28 ocuparán una cuarta parte del estanque, el 27 una octava y el 26 un dieciseisavo. Pongamos por caso que estamos en el día 26. Aunque se podrá aducir que no es tan grave lo que hemos hecho, habida cuenta de que sólo una pequeña parte del estanque está cubierta de nenúfares, habrá que replicar que el ritmo frenético de las agresiones desencadenadas nos coloca a sólo cuatro días del final .
Las cuatro metáforas que acabamos de emplear remiten directamente a un concepto central para entender el mundo en el que vivimos: el de huella ecológica. La huella ecológica mide la superficie del planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas hoy existentes. Todos los estudios realizados al respecto concluyen que hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que se nos ofrecen. Si en 2004 la huella ecológica ascendía a 1,25 veces el planeta Tierra, según muchos pronósticos en 2050 será de dos Tierras . Con arreglo a las estimaciones del World Wild Fund, la huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003 . No se olvide, en paralelo, que en 2000 se estimaban en 41 los años de reservas de petróleo, en 70 los de gas y en 55 los de uranio, en un escenario marcado por el hecho de que en dos decenios se preveía que se doblarían el parque automovilístico y el consumo energético mundiales .
Para asegurar el bienestar de la humanidad, y por otra parte, el Banco Mundial estima que la producción debería ser en 2050 cuatro veces superior a la de hoy, para lo que bastaría un crecimiento anual del 3% acompañado de prácticas de buen gobierno. El problema es, claro, que los límites del planeta invitan a pensar que resulta inconcebible un producto interior bruto mundial de 172 billones de dólares, que es el que se registraría en 2050 (frente a los 43 billones de hoy) .
Ante una situación tan delicada como la descrita, parece obligado compartir la sorpresa que enunció en su momento Cornelius Castoriadis: "Quienes preconizan 'un cambio radical de la estructura política y social' pasan por ser 'incorregibles utopistas', mientras que aquellos que no son capaces de ver a dos años vista son, naturalmente, realistas" en un mundo en el que, entre tanto, todo pensamiento radical y contestatario es tildado inmediatamente de extremista y violento, cuando no de patológico. No parece razonable aguardar, por lo demás, que la ciencia resuelva de manera mágica todos estos problemas. No sería lógico, por ejemplo, construir un "rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza de que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad" . Conviene recelar también, por cierto, de la idea de que el "capitalismo cognitivo" no hace uso de recursos materiales: la fabricación de un ordenador exige 1,8 toneladas de aquéllos, a lo que se suma el gasto energético vinculado con el tráfico internacional de mercancías. "Globalmente, la sociedad mundial nunca ha sido tan industrial como hoy" .
Castoriadis nos exhorta, por lo demás, a comportarnos como lo haría un pater familias diligens que "se dice a sí mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese" . No es ésta, sin embargo, una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro del Medio Ambiente francés: "La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal, electoralmente insignificante" . En un sentido similar, Jorge Riechmann ha señalado con tino que muchas gentes pasan de la negación completa del problema --aquí no pasa nada-- a la desesperación más absoluta --todo está perdido--, sin ninguna estación intermedia, con lo que al final lo que se impone es, lamentablemente, la complicidad con el sistema .

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