El mundo que viene no parece precisamente un cuento de hadas. Surge naturalmente el interrogante sobre qué sucederá con nuestro país ante tales circunstancias. Para tener la capacidad de tolerar la incertidumbre, procesar la complejidad y enfrentar los malos augurios sin caer en la parálisis, resulta necesario tomar prudente distancia de la coyuntura. Así se podrá apreciar con mayor precisión la dinámica de la estructura. "La perspectiva organiza la realidad", sostenía Ortega y Gasset.
En noviembre pasado, la canciller alemana, Angela Merkel, publicó en su podcast semanal una sentencia que todavía produce escalofríos: "Costará una década hasta que volvamos a estar en una posición mejor". Apenas nueve días después, en un discurso ante miles de delegados de su partido, subió la apuesta. Dijo que la actual crisis europea es "la hora más dura desde la Segunda Guerra Mundial". Europa se encamina hacia una "década perdida". Al menos ésta parece ser la visión de la persona que hoy, sin dudas, está liderando los destinos europeos.
En una reciente columna publicada en este diario, Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008, señaló: "Ya es hora de que empecemos a llamar por su nombre la situación actual: una depresión. Es cierto que no es una repetición a pleno de la Gran Depresión, pero ése es un pobre consuelo. La crisis del euro está matando el sueño europeo. Las demandas de medidas de austeridad cada vez más severas, sin ningún esfuerzo compensador destinado a estimular el crecimiento, han fracasado como política económica y empeorado el desempleo sin restituir la confianza. Y esas medidas han creado una inmensa furia". Para Krugman, lo más peligroso de todo es que en Europa se está creando, con la pretensión de preservar a cualquier precio el anhelado espíritu de unión, una atmósfera de resentimiento.
En septiembre, el Banco Santander publicó un aviso de media página en la sección economía del Financial Times. Utilizando un planisferio, mostraba que sólo el 25% de sus utilidades globales del primer semestre se habían originado en España. Y que el 44% surgían de América latina. El mensaje: la fuente de confianza y seguridad de uno de los principales bancos del mundo no está ya sólo en su casa matriz, sino también en sus filiales latinas. Sugestivo giro acorde con el cambio de época. Impensado, tal vez, algún tiempo atrás.
En octubre, Franck Riboud, CEO global de la multinacional francesa Danone, declaró al diario El País, de España: "Tenemos la suerte de que los países emergentes tiran de nosotros". De allí proviene ya la mitad de la facturación del grupo (que, con sus 100.000 empleados, genera 17.000 millones de euros anuales a nivel global). "Hay que crecer en el resto del mundo para repartir el riesgo", agregó.
Entre 2003 y 2011, el producto bruto interno de los Estados Unidos creció, acumulado punta a punta, apenas un 13%. El de Europa, un 11%, y el de Japón, un 9. En el mismo período, el de América latina creció el triple: 31%. Brasil y Chile, un 29; Colombia, 34; Perú, 51.5; Uruguay, 54, y la Argentina, 70. En 2002, el PBI per cápita promedio de los latinoamericanos era de 3100 dólares. Al concluir 2011, es de 9300 dólares. Un 200% más. El de los brasileños creció, en el mismo período, un 443%; el de los uruguayos, un 300 y el de los argentinos, un 250. Al cierre de 2011, Brasil tiene una tasa de desempleo cercana al 6%, lo que se considera técnicamente cerca del "pleno empleo". La Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, México, Perú, Paraguay y Uruguay tienen, todos, una tasa de desempleo por debajo del 8%.
En 2003, el 73% de los latinoamericanos tenía miedo de perder su empleo. En 2011, menos de la mitad mantiene ese temor: el 35% (fuente, Latinbarómetro 2011).
Brasil ya tiene una clase media de 100 millones de habitantes. Algo más de la mitad de su población. Hoy ya es la sexta economía del mundo. Y en algunos mercados de consumo masivo ocupa el tercer o cuarto lugar a nivel mundial. En el país vecino se van a vender, por ejemplo, más de 3.500.000 autos en 2011.
En toda la región, esta nueva clase media emergente -también llamada "clase C"- con posibilidades crecientes de consumo y con deseos postergados y latentes muy fuertes, incluye a unos 180 millones de personas (cerca del 35% de sus 510 millones de habitantes). Equivale al total de la población de Italia, Francia, España y Portugal sumada.
Su "mantra" es la inclusión. La posibilidad de acceso a lo que anteriormente resultaba lejano, prohibido, impensable, inaccesible. André Torreta, sociólogo brasileño experto en la "clase C", lo define de este modo en su libro El mercado de la base de la pirámide : "Si va a comunicar para la clase A: venda exclusividad. Pero si va a comunicar para la base de la pirámide: venda inclusión. El no quiere ir a Nueva York, quiere ir al barrio a mostrar el auto nuevo. No quiere comer carne de Kobe, quiere comer más feijoada o hacer más asados".
Entre 1980 y 1990 la pobreza creció en América latina del 40,5% de los habitantes al 48,3%. Por múltiples razones, siendo ésta una de ellas, se la llamó con justeza "la década perdida". En los 10 años siguientes, la reducción fue de apenas 4 puntos, del 48% al 44%. El cambio de ciclo se dio entre 2000 y 2010. En la pasada década la pobreza se redujo 12 puntos en la región. Pasó del 44% de la población al 32%, según la Cepal. Es comprensible entonces que en 1997 solo un 41% de los habitantes de la región se considerara satisfecho con su vida. Y que hoy exprese esa conformidad un 72% de los ciudadanos, de acuerdo con Latinbarómetro 2011.
Fan Gang, un economista chino de 57 años, director del Instituto Nacional de Investigación Económica en su país y asesor del gobierno chino, del Banco Mundial, del FMI y de la OCDE, dijo al diario El País: "Parece materialista, pero cuando se ha pasado hambre, la mejora de la vida material es lo que más se estima".
Los datos son contundentes. Los últimos 10 años han sido para América latina, por fin, una "década ganada". Gobiernos democráticos, crecimiento económico continuo y sustentable, fuerte mejora en los indicadores sociales, movilidad social ascendente, una buena parte de la población disfrutando de una mejor calidad de vida que en el pasado, mayor acceso al consumo, recuperación de la esperanza en el futuro y, sobre todo, una creciente percepción de estar dejando atrás el maleficio de las crisis recurrentes. La pregunta obvia es: ¿cómo sigue?
Con esa capacidad para la fina ironía que lo caracterizaba, el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw planteó que en la vida hay dos grandes tragedias: "Una es no conseguir lo que uno quiere de todo corazón. La otra, conseguirlo". Tal como lo señala públicamente el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, lo peor que podría pasarles a los líderes latinoamericanos es, como ya ha sucedido tantas veces, creer que "ya está", que tienen el éxito asegurado y que la obra está concluida.
Serán los propios ciudadanos los que se encargarán de recordarles que ellos, por naturaleza, siempre pretenden más. Que esto recién empieza. Recuperando la lógica de Maslow, las aspiraciones humanas tienen un formato piramidal. Resueltas las cuestiones más básicas -sobrevivir y empezar a vivir- emergen las necesidades superiores: aceptación social, autoestima y autorrealización.
Chile es un muy buen ejemplo. Hoy, no le alcanza con haber sido uno de los países de la región con mejor performance en las últimas dos décadas (crecimiento económico sustentable con fuerte reducción de la pobreza) para evitar la disconformidad de una parte de los jóvenes y de los sectores más humildes. La bandera es la educación, pero el fenómeno es más profundo. Aún después del éxito, el país mantiene una de las peores distribuciones del ingreso del mundo (coeficiente de Gini: 0,55 puntos).
Para gravitar estratégicamente en la incipiente configuración de un nuevo orden mundial de carácter, ya no hegemónico o bipolar, sino multipolar, América latina necesita, al menos, que las próximas dos décadas sean también "décadas ganadas". El mundo que viene, más allá de la crisis europea y norteamericana, le está presentando a la región una oportunidad histórica para lograrlo.
El giro de sentido del mundo de Occidente a Oriente la favorece. Se prevé que, entre 2012 y 2015, la región crezca a una tasa promedio anual cercana al 4%, mientras el mundo desarrollado lo hará, con suerte, al 1 o 1,5%. También, que la tasa de desempleo se acerque al 6% y que el PBI per cápita en dólares pase de los actuales 9300 a 11.600 (fuente: Latin American Consensus Forecast). Oriente necesita lo que América latina tiene para dar: alimentos, minerales y talento.
La Argentina no está ni aislada ni blindada. Pero sí está enmarcada en un determinado contexto regional y mundial. Es desde esta perspectiva que, frente a los vaivenes de la coyuntura, vale la pena imaginar el futuro potencial del país.
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